La noticia del fallecimiento del exministro de Salud de la Nación, Ginés González García, el día viernes generó una serie de opiniones diametralmente opuestas en las redes sociales. Los cruces entre quiénes recordaban la figura del sanitarista y aquellos que criticaban su manejo de la pandemia y el caso de vacunatorio VIP, llegaron a su zénit con las declaraciones del presidente Javier Milei, que lo catalogó como “un hijo de remil puta” y un “ser siniestro que fue el impresentable y repugnante ministro de Salud que tuvimos”.
Decir que la política argentina está atravesando discursivamente su momento más álgido no es ninguna novedad: el economista liberal a cargo del Poder Ejecutivo ha dejado bien en claro con sus dichos y acciones que sin importar el cargo o posición, va a decir lo que piensa. Lo que decía como panelista, lo dice como presidente y una parte del electorado le reconoce esa consistencia. En la otra vereda, ante el avasallamiento de una alocución vehemente, la oposición ha comenzado a adoptar la misma metodología al menos en la militancia y algunas figuras de la periferia. Aunque las cúpulas permanecen con una lógica más institucional, no sería descabellado que al ver cierto grado de éxito en las formas de sus adversarios algunos o algunas cambien su vocabulario.
La figura de Ginés González García será una atravesada por decisiones fuertes, que obviamente, generan polémica: más recientemente el enfoque sanitario de la pandemia y el proceso de vacunación, pero yendo hacia el pasado aparecen los medicamentos genéricos, la ESI y hasta su apoyo a la Ley de Interrupción del Embarazo y la entrega de la píldora del día después de forma gratuita, algo que le costó el ministerio en 2007.
Sin restarle peso a su figura o las polémicas que la rodearon, hay un mecanismo que se viene repitiendo a lo largo de la gestión liberal: el control de la agenda política desde el plano emocional. Mientras las medidas económicas se promueven como frías y calculadas, o hasta faltas de empatía, el control del discurso, de lo que se habla en la calle, pasa por el plano emocional. Enojo, frustración u odio son algunos adjetivos que podrían describir tranquilamente los discursos de la militancia liberal. Ese fino balance entre lo racional del ejecutar que se busca mostrar, y lo irracional que necesita la comunicación gubernamental para que la noticia se esparza en la sociedad, le han permitido a un Gobierno Nacional con el mayor ajuste recordado en la historia del país perder poca imagen positiva en relación al tenor de sus medidas. La pregunta sería ¿es una práctica sostenible?
Con una estructura limitada que varía según el observante, sean bots, personas orgánicas y el apoyo circunstancial de determinados medios tradicionales, el Gobierno lleva casi un año eligiendo sobre qué se habla. Sus dos o tres escándalos de gestión como la renuncia de ministros, la caída de la Ley Bases en marzo, la represión en las manifestaciones o los supuestos casos de corrupción, no tuvieron el impacto previsible si uno compara casos similares de otros gobiernos, sean o no peronistas.
La “batalla cultural” de Milei, que algunos días parece tener poco de liberal y hasta con tintes de la Revolución Cultural de los últimos años del camarada Mao, es hoy el barco insignia de una gestión que tiene datos positivos en lo macroeconómico, pero todavía no dio el salto al reino de lo tangible. Así, el gobierno transita un período calmo en lo que debería ser para algunos la madre de todas las tormentas, ayudado quizás por un peronismo que no puede dejar atrás las rencillas infantiles de la interna. Ginés, a pesar de su relevancia como figura de la política argentina, es un tema más de descarte, como lo fueron Alberto y Fabiola o el Polo Obrero. “Algo” que se consume, se reacciona y se pasa a lo siguiente.
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