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07/08 2024 Este trabajo compila documentación inédita sobre el vocabulario y lenguaje de comunidades indígenas poco reconocidas de la región.

MEJOR INFORMADO (Por Ceci Russo).- Si decimos selk’nam, haush, kawésqar/alakaluf, yagan, aonekko ‘a’ien, teushen, y günün a yajüch, ¿de qué estamos hablando? ¿Tenemos conocimiento o referencia de estos términos? Seguramente la respuesta sea no, dado que son lenguas de comunidades preexistentes a los Estados-nación, de poblaciones que habitaban lo que hoy se llama Patagonia y que no han trascendido en los legados de Historia.

Justamente, para que el olvido no se las lleve para siempre, un grupo de investigadores patagónicos publicó un libro que recopila un registro único de esas lenguas originarias.

Ese registro fue producido entre mediados del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX y sólo estaba disponible en archivos internacionales o fuentes de difícil acceso, en repositorios de nuestro país. Su título: “Documentos inéditos en lenguas fuegopatagónicas (1880-1950)”.

“El libro recupera un conjunto de fuentes, hasta ahora poco disponibles o desconocidas, acerca de las lenguas originarias de la Patagonia y Tierra del Fuego. Quisimos volver a ponerlas en circulación ya que se trata de materiales lingüísticos (vocabularios y frasearios) que se registraron en una época en que las lenguas se empleaban diariamente para la comunicación”, explica Marisa Malvestitti, docente e investigadora en la Universidad Nacional de Río Negro y compiladora de la publicación.

Al mismo tiempo, agrega: “La intención fue, además, recuperar lo que denominamos escenas de documentación, es decir, las situaciones concretas en las que se anotaron, también destacar a los y las hablantes que participaron con su saber, ya que habitualmente los textos se daban a conocer mediante los nombres de los recopiladores”.

En la introducción a cada capítulo se pueden apreciar en detalle esas cuestiones y también se analizan las redes establecidas entre investigadores que se interesaban por la temática. “Nos restringimos al periodo que abarca el último tercio del siglo XIX hasta 1950, porque entonces los estudios estaban orientados más desde la antropología y la arqueología, y se asociaban al estudio filológico del pasado de las lenguas y las relaciones que guardaban entre sí. Ya en la década de 1960 cambia la perspectiva y comienzan a realizarse desde la ciencia lingüística tal como hoy la conocemos”, aclara.

Marisa Malvestitti, docente e investigadora en la Universidad Nacional de Río Negro y compiladora de la publicación.

Búsqueda implacable

La obra narra la forma en que misioneros, académicos y funcionarios estatales produjeron tales documentos en colaboración con personas de los pueblos originarios, en el marco de la expropiación territorial. Pero el hallazgo y recolección de esta documentación no fue tarea fácil.

“Ya hace años que los integrantes del equipo indagamos en archivos, bibliotecas y museos. Y contábamos con algunos materiales que se recopilaron en el marco de tesis de doctorado o en la investigación que veníamos realizando acerca de la lingüística salesiana. Contamos con la colaboración de las instituciones que nos facilitaron el acceso a estos materiales, ya que había que transcribirlos, fotografiarlos o escanearlos”, explica Marisa.

En la Argentina, por ejemplo, el Archivo del Museo de La Plata, el Museo Mitre, el Archivo Histórico Salesiano, y archivos patagónicos en Neuquén, Trelew y Bariloche, fueron algunas de las instituciones que colaboraron con la compilación. En el exterior, la búsqueda de material recorrió bitácoras de Alemania, Chile e Italia.

“Fue un trabajo paciente, con atención al detalle de los documentos y, sobre todo, colaborativo. Escribimos muchos capítulos de a pares para complementar saberes y experticias de modo interdisciplinar”, destaca.

Sobre los principales retos que presentó este trabajo, la también Doctora en Lingüística cuenta que “la transcripción correcta (o con la menor cantidad de erratas posibles) fue un gran desafío, debido a que trabajamos sobre documentos manuscritos, con letras a veces poco legibles, y soportes diversos. En algunos casos contábamos con el original, en otros con copias escritas por otro investigador de la época. Y, en otros, solamente con fotografías de los textos. Y tuvimos que identificar cuáles eran las intervenciones de otras personas, que leyeron el documento y agregaron notas”.

Este libro se hizo con el fin de valorar los infinitos recursos comunicativos que los pueblos desplegaban.

Y agrega: “También requirió un trabajo de interpretación el hecho de que los recopiladores transcribían las grafías teniendo como marco sus propias lenguas -no solo el español, sino también el inglés, el alemán, el italiano-, de ahí que se utilizaran diacríticos, por ejemplo”.

Contribuciones claves

Uno de los mayores aportes que hace esta obra a la cultura general es la visibilización de los coproductores indígenas, cuyas identidades y contribuciones habían quedado silenciadas. El libro incluye nombres, procedencias y biografías -siempre que fue posible obtenerlas- y, en muchos casos, sus retratos fotográficos, humanizando los registros y ofreciendo una perspectiva más completa de la interacción entre investigadores y comunidades.

“Destacar sus intervenciones nos permite, por un lado, reposicionar su acción, ya no como meros informantes o consultados, sino como quienes en verdad coprodujeron la fuente, aportando conocimientos clave sobre sus lenguas y culturas”, señala Marisa.

“Identificamos que participaban personas de distintas edades, géneros y procedencias; en algunos casos desde roles como docentes de las lenguas y en contacto cotidiano con los recopiladores. En su mayoría conocían distintas lenguas originarias o la lengua de su pueblo y el español, el inglés o el galés. Ello permitía la interacción comunicativa fluida. Aunque también notamos instancias de resistencia ante lo que ellos y ellas percibían como una expropiación de la propia palabra”, expone.

“En general los libros que exponen documentaciones del pasado lingüístico se centran más en el producto o el dato, y menos en las condiciones en que estos se generaron. Nuestra opción fue atender a estas situaciones debido a que condicionan el tipo y la calidad de los registros. Si una lengua se documentaba en un breve momento y solo se contaba con tecnologías de papel, sin grabaciones, no era posible apuntar textos o dar cuenta de prácticas comunicativas. Es por ello que en el libro prevalecen los vocabularios, anotados según el devenir de la interacción (como por ejemplo, el vocabulario haush que anotó Spegazzini en el marco del acampe luego de un naufragio). O bien son listas de expresiones ordenadas alfabéticamente, o como vocabularios comparados, con una columna para cada lengua, lo que denota una preparación previa de lo que se quería registrar y, posteriormente, estudiar en los círculos académicos”, amplía.

Hacer historia

Además de Marisa, la compilación también estuvo a cargo de Máximo Farro (UBA), y contó con el aporte de un equipo de trabajo conformado por profesionales como Joaquín Bascopé Julio, Sofía de Mauro, Rodrigo de Miguel, Luisa Domínguez, Verónica Domínguez, Ana Fernández Garay, Romina Grana, Anahí Mariluan, Sandra Murriello, María Andrea Nicoletti, María Emilia Orden y José Pedro Viegas Barros.

Cartografía de las fuentes presentadas en el libro.

La publicación también fue un trabajo colaborativo del Grupo ALT (Archivos, Lenguas y Territorios), un equipo interdisciplinario en el que participan investigadores y becarias/os de distintas universidades nacionales (Río Negro, La Plata, Patagonia San Juan Bosco, La Pampa, Córdoba y Buenos Aires) y del CONICET.

“Nos interesa la etnografía de archivos, y nos orientan marcos teóricos de la historiografía lingüística, la descripción y tipología lingüística, la antropología de la ciencia y la ecolingüística. El grupo ha publicado distintas ediciones filológicas de fuentes inéditas de lenguas fuegopatagónicas (el libro no es la única) y plantea acciones colaborativas con equipos revitalizantes, así como comunicación pública de la ciencia y transferencia en relación con los derechos lingüísticos. En este marco, se realiza actualmente la exposición “Al viento. Lenguas de los territorios fuegopatagónicos y pampeanos” en el Museo de la Patagonia en Bariloche, y proponemos su itinerancia”, asegura Marisa.

Y concluye: “creo que este libro proporciona un panorama clarificador del entramado en el que se realizaron los registros lingüísticos en ese periodo. También da cuenta del interés por estudiar las lenguas como objetos científicos extrapolables de sus hablantes y comunidades, y en un contexto en el que se veían privados de su autonomía y de sus territorios, y las lenguas mismas eran desplazadas”.

“En este sentido, permite reflexionar sobre la noción de extinción de lenguas y pueblos como construcción funcional a esas prácticas, y sobre todo valorar los infinitos recursos comunicativos, matices, sentidos que los pueblos desplegaban. El acceso libre a estas transcripciones de los documentos, entendemos, aporta a las acciones de las comunidades que revitalizan las lenguas en muchos espacios de la región y construyen nuevas herramientas didácticas”, cierra.

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